lunes, 21 de abril de 2008

Teatro sainetero y literario

La década de 1920 fue calificada como la del emporio de los empresarios teatrales, y aunque las representaciones no siempre fueron de calidad, su abundancia contribuyo a la apertura de salas y a la aparición de nuevas promociones de actores. La función básica del teatro era entretener, y el genero en auge fue el del sainete, que generalmente tenia como protagonistas a inmigrantes prototipitos y creo un lenguaje a partir del habla deformada de estos.



Durante 1928 abrió y cerro sus puertas la Casa del Arte, un centro en el que se representaban las obras nacionales y donde tuvo su sede la poesía teatral «La Taberna». La labor infatigable del actor, productor y director Carlos Bruza (1887-1952) y la actividad de la Compañía Rioplatense (1920-1928) contribuyeron a dar empuje al teatro.



Al margen del sainete, los autores no comerciales fueron excesivamente literarios, pero tuvieron la virtud de reflejar la vida urbana, tratando reiteradamente en sus obras la problemática de la mujer sometida y postergada. Uno de ellos fue Francisco Imhof (1880-1937), que obtuvo elogios con Cantos rodados, en la que criticaba a la burguesía que actúa exclusivamente por dinero. Cabe mencionar también a Juan Leon Bengoa (1895-1973), Carlos Salvagno Campos (1898-1955) y Carlos Maria Princivalle (1887-1959).



No obstante, el dramaturgo mas importante de este periodo fue Justino Zavala Muniz (1898-1968), autor de La cruz de los caminos, En un rincón del Tacuari y Alto alegre. En su obra Fausto Garay abordo el tema histórico de las guerras civiles, pronunciándose por el pacifismo. Como narrador, se destaco por Cronica de Muniz, Cronica de un crimen y Cronica de la reja. El dramaturgo, director y critico Angel Curotto (1902-1990) fue otra de las figuras que, a partir de la década de 1920, proporciono al teatro uruguayo un formidable impulso estrenando mas de noventa títulos.

viernes, 11 de abril de 2008

El maestro Onetti

Juan Carlos Onetti, uno de los grandes maestros de las letras hispánicas, nació en Montevideo y vivió algunos anos en Buenos Aires. En 1939 entro como secretario de redacción en el semanario Marcha. En este medio, desde la columna La piedra en el charco, que firmaba como Periquito el Aguador, expreso su convencimiento de que no había «una literatura nuestra, no tenemos un libro donde podamos encontrarnos.

Puesto que «estamos en pleno reino de la mediocridad», se hacia necesario un escritor capaz de volver la espalda a un pasado artístico irremediablemente inútil. Su relación con las letras es radicalmente distinta a la del realismo social de las generaciones anterior y posterior, pues Onetti considero que el único compromiso del escritor era escribir bien y mejor».
Con su novela Empozo, piedra fundacional de la narrativa hispanoamericana contemporánea, dio comienzo a una literatura urbana de dimensión universal.



En 1951 apareció Un sueno realizado y otros cuentos, y en 1943 la novela Para esta noche. A partir de La vida breve (1950), su personaje Braceen se traslada a Santa Mariah, ciudad ficticia que ira creciendo en historias y personajes en los libros siguientes. Posteriormente publico Los adioses (1954), Para una tumba sin nombre (1959) y La cara de la desgracia (1960).

En 1961, El astillero dio una nueva profundidad a su labor creativa. Le siguieron Tan triste como ella (1963) y Juntacaddveres (1965). Los personajes de Onetti, cargados de rencor o desaliento, se empeñan en ser otros por medio de la fantasía, se corrompen progresivamente y alimentan en su pobreza empresas inútiles que consideran grandiosas.



Tras haber publicado La novia robada (1968), La muerte y la niña (1973) y Tiempo de abrazar (1974), Dejemos hablar al viento (1979) le trajo la consagración de la critica europea, y en 1980 recibió el Premio Cervantes. Cuando entonces (1987) y Cuando ya no importe (1993) cierran el ciclo onettiano.

martes, 8 de abril de 2008

Herrera y Reissig y la lirica de principios de siglo

En el ámbito de la poesía sobresale el nombre de Julio Herrera y Reissig (1875-1910), uno de Las grandes liricos de la lengua española. Autor de depurados versos modernistas, bautizo su legendario cenáculo literario con el nombre de la Torre de los Panoramas, pues las reuniones tenían lugar en un pequeño altillo con vistas al mar sito en su casa de Ituzaingo y Reconquista, en Montevideo.

Herrera y Reissig descubrió a Charles Baudelaire y a Leconte de Lile y abandono sus primeras versificaciones patrióticas románticas para entregarse al simbolismo y al decadentismo, al tiempo que cultivaba la acracia intelectual, el esteticismo y el exotismo.



En el Montevideo provinciano de aquellos años, que Roberto de las Carreras llamo tolderías de Montevideo», sus composiciones fueron recibidas con aversión, aunque para sus contemporáneos lo mas grave en el no eran sus versos sino sus extravagantes ideas.

Herrera y Reissig había declarado con osadía: «me arrebujo en mi desdén por todo lo de mi país». Para cambiar su afección cardiaca hacia uso de la morfina, y promovió el escándalo con una foto suya, jeringa en mano, con la leyenda «los mar-tirios de un joven poeta aristócrata». En vida publico Canto a Lamartine (1898) y Los peregrinos despiedra (1909), aunque sus mejores libros fueron póstumos: Los éxtasis de la montana, Los parques abandonados, Ópalos, y los poemas satánicos Desolación absurda y Tertulia lunetica.

El nativismo

El único atisbo de vanguardia fue el nativismo, una literatura arraigada en la tierra y la vida campesina que dio continuidad a la literatura gauchesca y fue practicada por escritores que tenían experiencia en el medio rural. En poesía, el nativismo se distancio del modernismo por medio de un estilo sencillo, consistente en «remozar los metros sin llegar al prosaísmo» y «desarrollar un mensaje», según recomendaba Pedro Leandro Puche (1889-1976), uno de los máximos exponentes del movimiento.



Nació y creció en Treinta y Tres, y en sus obras evoca los dichos, personajes y acciones de pueblo. Sus primeros siete libros de poesía fueron reunidos en Caminos del canto, y entre los posteriores sobresalen Isla Patrulla y La quebrada de los cuervos. Otro autor destacado de esta corriente, Fernán Silva Valdés, (1887-1975), escribió los versos de Poemas nativas, que tuvieron gran resonancia. Asimismo, de Serafín José García (1908-1985) contenía siendo reeditada su obra Tacurúes, que ha pasado a formar parte del repertorio popular.