martes, 21 de octubre de 2008

Felisberto encendió las lámparas

El escritor italiano Ítalo Calvino, tras traducir a su lengua las obras de Felisberto Hernández, afirmo de el: «es un escritor que no se parece a nadie». Carlos Fuentes lo ha considerado uno de los «fundadores de la modernidad literaria». En efecto, después de su muerte, acaecida en 1964, la fama internacional de Felisberto Hernández continua creciendo, aunque su literatura siga estando reservada para el disfrute de iniciados.



Con sus primeros textos Fulano de tal (1925), Libro sin tapas (1929), La cara de Ana (1930) y La envenenada (1931) el juego y el humor entran en la literatura uruguaya. Su originalidad desconcertó, y solo otros grandes artistas supieron entenderlo.

Así, Joaquín Torres García ayudo a financiar el primer libro importante de Felisberto, Por los tiempos de Clemente Colling (1942). A este titulo siguieron El caballo perdido (1943) y Tierras de la memoria (1944, publicado en 1965), que muestran a un escritor maduro que ha adquirido profesionalidad.

sábado, 18 de octubre de 2008

El vitalismo de Juana de Ibarbourou

El magisterio poético lo tuvo en la década de 1920, y lo mantuvo durante varias mas, Juana de Ibarbourou (1892-1979). En su adolescencia comenzó a publicar poemas en periódicos de Melo, su ciudad natal, y posteriormente se estableció en Montevideo.

Con la aparición en 1919 de Las lenguas de diamante, que fue elogiado unánimemente por la critica, la poesía nacional rompió definitivamente con el modernismo. Juana de Ibarbourou debe su popularidad a que escribe en un lenguaje sencillo, neorromántico y vital, volcado en la naturaleza.



Tras la publicación en 1920 de sus Poesías escogidas, y dos años después de Raíz salvaje, alcanzo una fama internacional inusitada por lo temprana, siendo ensalzada en 1929, en un acto oficial que tuvo lugar en el Palacio Legislativo, como «Juana de America.

En 1930 hizo su incursión de cariz vanguardista con La rosa de los vientos, y luego, durante veinte años, se dedico exclusivamente a la prosa, publicando Loores de Nuestra Señora, Estampas de la Biblia, Chico Carlo y la pieza de teatro infantil Los sueños de Natacha. En 1950 regreso a la poesía con Perdida, libro al que siguieron Elegía y La pasajera; en ellos, su lenguaje se vuelve sombrío y la autora se interroga por el sentido de la vida.