miércoles, 20 de agosto de 2008

La poesía gauchesca

El gaucho, personaje de la camparía, se convirtió en el símbolo de los países del Plata, produciéndose un sincretismo del espacio original con el modo de vivir indígena que dio como resultado un individuo adaptado a la vida ecuestre y andariega, al uso del chiripa y el poncho, al mate y las boleadoras. Testimonios de viajeros muestran que los gauchos cantaban una poesía anónima de trasmisión oral acompañados de la guitarra.

La ensayista Eneida Sansones afirma: «el gaucho, sin proponérselo [...] recreo al compas de su vihuela la bella y vieja poesía de los colonizadores, y al imponerle su particular acento dialectal, abrió el camino para que [...] los poetas gauchescos, en su mayoría ciudadanos, afirmaran su voluntad de ser libres a través de la lengua hablada por sus hermanos gauchos.



Así surgieron coplas, cielitos, trovos y medias canas, «canciones de un encanto bárbaro, áspero, cargado de intenciones», como los define Sansones, que se cantaban en los fogones, en las ruedas de pulpería, en los bailes y «velorios de angelitos», donde los cantores mas hábiles improvisaban versos en las payadas.

Mientras que esta poesía gauchesca tradicional era oral, anónima y de raíz folclórica, la surgida posteriormente estaba escrita por un autor determinado y se refería a temas que variaban según los acontecimientos políticos, debiéndose la evolución del genero a composiciones realizadas por autores urbanos y alfabetizados que se sintieron seducidos por ese mundo bárbaro y cultivaron modos expresivos propios del gaucho.

Es el caso de la Relación exacta de lo que ha sucedido en la expedición a Buenos Aires y del romance Canta un guaso en estilo campestre, del canónigo Juan Maciel; del Cuento al caso, de fray Cayetano Rodriguez, y del Romance heroico y La gloriosa defensa de Buenos Aires, de Pantaleón Rivarola. Las formulas expresivas habituales de la poesía gauchesca son el lenguaje imitativo del modo de hablar del gaucho, el verso octosílabo y la estrofa en cuartetas y decimas, con rima en los versos pares.



Utilizar el lenguaje del gaucho fue un modo de afirmar la conciencia patriótica, atrincherada en la vida rural. El verso popular se expreso en cuartetas en los cielitos y en forma de romance en los diálogos y las cartas, mientras que la decima alcanzo gran difusión con el tiempo y fue frecuente en las payadas, muchas veces en modalidad de trovo (repetir en forma idéntica la primera y la última estrofa).

El primer verso de los cielitos, composiciones para cantar y danzar, es un estribillo fluido que contiene la palabra «cielo» o «cielito»: «Y alía va cielo y cielito / cielito de la esperanza». A veces se le agregan formulas de despedida: «Y también que viva yo / para cantar las verdades». Los famosos cielitos de Bartolomé Hidalgo consolidaron el uso del remate. Junto a la media cana, que era también una composición para cantar y bailar, se encuentran los diálogos y las cartas, ambos caracterizados por su modo coloquial y su tono confidencial.

sábado, 16 de agosto de 2008

La segunda generación romántica

Desde 1868 hasta el final del siglo, un segundo grupo de románticos dirigió la vida intelectual del país, en una etapa que coincidió plenamente con el proceso de modernización experimentado por el Uruguay a partir del gobierno de Lorenzo Latorre.

Cuando el Romanticismo ya Había declinado en Europa, en Hispanoamérica estaba en pleno auge, y los viejos nostálgicos románticos uruguayos aquellos que vivieron la Guerra Grande cedían su puesto a la nueva generación, tan romántica como la anterior pero con una fe renovada en el porvenir.



Este grupo de escritores estuvo mayoritariamente integrado por los miembros del Ateneo, institución fundada en 1877 que fue lugar de encuentro de la intelectualidad y surgió de la fusión del Club Universitario, la Sociedad Filo histórica, la Sociedad de Ciencias Naturales y el Club Literario-Platense. La fuerza cultural del país se núcleo allí, con el propósito de propagar el conocimiento de las ciencias y de las artes.

El mismo ano de su fundación fue suprimida la enseñanza secundaria oficial debido a los avatares políticos, suceso que dio mayor relevancia al Ateneo, convirtiéndolo en una universidad libre. Y aunque en 1883 la enseñanza secundaria fue recuperada, el Ateneo continuo cumpliendo amplias funciones docentes.



Celebre por sus conferencias publicas, las veladas artísticas y los anales de Publicación mensual, el Ateneo fue la mas importante expresión cultural en aquel tiempo de gobiernos dictatoriales, entre ellos los del coronel Latorre (1876-1880) y el que le sucedió, del general Máximo Santos (1882-1886). Alberto Zum Faldee ha descrito axial aquel panorama político: «Fuera del Ateneo la ciudad ofrecía un espectáculo lamentable. Dominaba el cuartel. El milico de quepis requintado y el compadre de gorrilla, campeaban por todas las esquinas».



En ese periodo, el Ateneo congregaba a la Winona docta en un país inculto y sin ley. Sus miembros fueron principistas, pues proclamaban que debía gobernarse según los principios puros de la moral. Esta misma idea había inspirado a los doctores de la generación anterior, que integraron las Cámaras de Representantes extendiéndose en inacabables discusiones filosóficas que solo condujeron al golpe de Estado laborista de 1876.

Con idealismo intransigente se habían negado a mirar la dura realidad de un país que había quedado devastado por la guerra y corroído por la violencia. Y así, pese a su brillantez intelectual, habían fracasado en la vida pública, refugiándose en la creación del Ateneo.



Este periodo presenta una misma característica que los anteriores: no hay hombres de letras puros, sino intelectuales abocados a la política, la enseñanza y las letras. El fenómeno se explica por la situación histórica del Uruguay y también por la necesidad de buscar recursos para ganarse el sustento: puesto que la carrera política parecía ser la más adecuada para vivir, del Ateneo estuvo formada por notables polemistas y tribunos, elegantes y eruditos, que en su mayoría produjeron literatura política.



En el ano 1886, después de la Revolución del Quebracho, el poder del general Santos decayó. La oposición de los partidos políticos era ya muy fuerte, y estaba encabezada por Julio Herrera y Hobbes, Agustín de Vedia y el diario El DIA, recién fundado por José Batlle y Ordóñez. Habían transcurrido diez años y los principistas volvían al poder, pero como señala el historiador Enrique Mendez Vives, «ni ellos, ni el Uruguay eran ya los mismos».

viernes, 8 de agosto de 2008

El primer romanticismo

La bandera del Romanticismo fue levantada en Montevideo hacia 1838, iniciándose un movimiento que pretendía, por primera vez, formular una literatura plenamente americana. El uruguayo Andrés Lamas y el argentino Miguel Cane, exiliado en la Banda Oriental, elaboraron en el quincenario El iniciador la declaración de principios de la nueva tendencia:



«Hay que conquistar la independencia inteligente de la nación, su independencia civil, literaria, artística e industrial, porque las leyes, la sociedad, la literatura, las artes y la industria deben llevar, como nuestra bandera, los colores nacionales, y como ella ser el testimonio de nuestra independencia y nacionalidad».



Los románticos, animados por un espíritu de liberación intelectual, buscaron sus temas en las problemáticas de los países recién nacidos a la independencia, de tal forma que el gaucho, el indio y la pampa conformaron sus personajes y escenarios. Sin embargo, no solo pretendían ser innovadores desde el punto de vista temático, sino que se plantearon también la libertad formal frente a la rigidez del clasicismo dominante hasta el momento.

Experimentando con diferentes metros, los poetas expresaron el lamento y la melancolía, pues entendían que el sufrimiento era un componente esencial del alma romántica. Sin embargo, en esta primera etapa surgieron declaraciones de principios más que obras logradas, y habrá que esperar a la segunda generación romántica para leer versos genuinamente americanistas y alejados de los modelos franceses.



La «generación de El Iniciador» o «generación del 38», a diferencia de generaciones anteriores, se afirmo en oposición a sus mayores y reivindico la juventud como un bien en sí mismo.

Andrés Lamas invocaba: «Jóvenes! No esperéis a la vejez [...] Trabajemos para la sociedad: su horizonte intelectual es muy estrecho; veamos si podemos dilatarlo.»

No obstante, estos primeros jóvenes románticos se sacudieron el influjo español para caer en el influjo francés. Si España había sido hasta ese momento la matriz cultural de las colonias, aunque estas hubiesen conquistado ya la emancipación política, los jóvenes poetas buscaron otros modelos en la literatura francesa, que durante décadas mantuvo una poderosa influencia en todos los aspectos de la vida cultural uruguaya. Victor Hugo y Lamartine fueron nombres sagrados, aunque junto a ellos se admirase a los españoles Becquer, Larra y Espronceda.