En las décadas de 1950 y 1960, los conflictos sociales arreciaron y la literatura tendió a reflejarlos. La mayor parte de la generación emergente fortaleció los vínculos culturales con la Europa de posguerra y propuso una literatura realista, aunque inicialmente sus representantes fueron reticentes a la polinización.
Axial lo reflejan las revistas que fundaron (Clinamen, Escritura, Marginalia, Asir y Numero), que eran casi exclusivamente literarias. No obstante, muchos de ellos terminaron por comprometerse ideológicamente con los sectores progresistas, como demuestran sus obras de madurez. Al tiempo que el semanario Marcha registraba estos cambios, se crearon editoriales que promocionaban el libro nacional, como Alfa, Área y Banda Oriental. En este sentido, la década de 1960 fue notable por su actividad intelectual y política.
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