A finales de la década de 1930, en el seno de las corrientes culturales renovadoras se impuso la subjetividad, lo irracional y lo onírico. En el ámbito político, el optimismo progresista había concluido debido a los fracasos de los gobiernos constitucionales, los efectos de la guerra civil española y la amenaza fascista en todo el mundo.
El escepticismo y la desconfianza comenzaron a dominar las conciencias intelectuales del país, y nuevas voces criticas se alzaron desde los medios de comunicación. Pero dentro de este clima se produjo un hecho fundamental para la intelectualidad uruguaya la aparición del semanario Marcha en 1939, que Carlos Quijano dirigiría durante mas de cuarenta anos. Esta publicación contribuyo a la revisión histórica y formo una nueva conciencia nacional desde el marco de las ideologías progresistas.
La literatura requería nuevos modos de expresión, y esa transformación se logro gracias a Juan Carlos Onetti (1909-1994) y Felisberto Hernández (1902-1964). Ambos maestros iniciaron su trayectoria rompiendo con la estética realista imperante hasta el momento. Mientras que los primeros textos de Hernández, publicados a finales de la década de 1920, solo despertaron interés en el filosofo Carlos Vaz Ferreira (no abra mas de diez personas en el mundo a las cuales le resultara interesante, y yo me considero una de las diez), Empozo de Onetti, editado en 1939, solo fue atendido por una reseña de Paco Espínola (hay «un estremecimiento nuevo en las letras uruguayas). El reconocimiento para cualquiera de los dos recién arribaría en la década de 1960.
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