Desde 1868 hasta el final del siglo, un segundo grupo de románticos dirigió la vida intelectual del país, en una etapa que coincidió plenamente con el proceso de modernización experimentado por el Uruguay a partir del gobierno de Lorenzo Latorre.
Cuando el Romanticismo ya Había declinado en Europa, en Hispanoamérica estaba en pleno auge, y los viejos nostálgicos románticos uruguayos aquellos que vivieron la Guerra Grande cedían su puesto a la nueva generación, tan romántica como la anterior pero con una fe renovada en el porvenir.
Este grupo de escritores estuvo mayoritariamente integrado por los miembros del Ateneo, institución fundada en 1877 que fue lugar de encuentro de la intelectualidad y surgió de la fusión del Club Universitario, la Sociedad Filo histórica, la Sociedad de Ciencias Naturales y el Club Literario-Platense. La fuerza cultural del país se núcleo allí, con el propósito de propagar el conocimiento de las ciencias y de las artes.
El mismo ano de su fundación fue suprimida la enseñanza secundaria oficial debido a los avatares políticos, suceso que dio mayor relevancia al Ateneo, convirtiéndolo en una universidad libre. Y aunque en 1883 la enseñanza secundaria fue recuperada, el Ateneo continuo cumpliendo amplias funciones docentes.
Celebre por sus conferencias publicas, las veladas artísticas y los anales de Publicación mensual, el Ateneo fue la mas importante expresión cultural en aquel tiempo de gobiernos dictatoriales, entre ellos los del coronel Latorre (1876-1880) y el que le sucedió, del general Máximo Santos (1882-1886). Alberto Zum Faldee ha descrito axial aquel panorama político: «Fuera del Ateneo la ciudad ofrecía un espectáculo lamentable. Dominaba el cuartel. El milico de quepis requintado y el compadre de gorrilla, campeaban por todas las esquinas».
En ese periodo, el Ateneo congregaba a la Winona docta en un país inculto y sin ley. Sus miembros fueron principistas, pues proclamaban que debía gobernarse según los principios puros de la moral. Esta misma idea había inspirado a los doctores de la generación anterior, que integraron las Cámaras de Representantes extendiéndose en inacabables discusiones filosóficas que solo condujeron al golpe de Estado laborista de 1876.
Con idealismo intransigente se habían negado a mirar la dura realidad de un país que había quedado devastado por la guerra y corroído por la violencia. Y así, pese a su brillantez intelectual, habían fracasado en la vida pública, refugiándose en la creación del Ateneo.
Este periodo presenta una misma característica que los anteriores: no hay hombres de letras puros, sino intelectuales abocados a la política, la enseñanza y las letras. El fenómeno se explica por la situación histórica del Uruguay y también por la necesidad de buscar recursos para ganarse el sustento: puesto que la carrera política parecía ser la más adecuada para vivir, del Ateneo estuvo formada por notables polemistas y tribunos, elegantes y eruditos, que en su mayoría produjeron literatura política.
En el ano 1886, después de la Revolución del Quebracho, el poder del general Santos decayó. La oposición de los partidos políticos era ya muy fuerte, y estaba encabezada por Julio Herrera y Hobbes, Agustín de Vedia y el diario El DIA, recién fundado por José Batlle y Ordóñez. Habían transcurrido diez años y los principistas volvían al poder, pero como señala el historiador Enrique Mendez Vives, «ni ellos, ni el Uruguay eran ya los mismos».
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