La década de 1920 fue calificada como la del emporio de los empresarios teatrales, y aunque las representaciones no siempre fueron de calidad, su abundancia contribuyo a la apertura de salas y a la aparición de nuevas promociones de actores. La función básica del teatro era entretener, y el genero en auge fue el del sainete, que generalmente tenia como protagonistas a inmigrantes prototipitos y creo un lenguaje a partir del habla deformada de estos.
Durante 1928 abrió y cerro sus puertas la Casa del Arte, un centro en el que se representaban las obras nacionales y donde tuvo su sede la poesía teatral «La Taberna». La labor infatigable del actor, productor y director Carlos Bruza (1887-1952) y la actividad de la Compañía Rioplatense (1920-1928) contribuyeron a dar empuje al teatro.
Al margen del sainete, los autores no comerciales fueron excesivamente literarios, pero tuvieron la virtud de reflejar la vida urbana, tratando reiteradamente en sus obras la problemática de la mujer sometida y postergada. Uno de ellos fue Francisco Imhof (1880-1937), que obtuvo elogios con Cantos rodados, en la que criticaba a la burguesía que actúa exclusivamente por dinero. Cabe mencionar también a Juan Leon Bengoa (1895-1973), Carlos Salvagno Campos (1898-1955) y Carlos Maria Princivalle (1887-1959).
No obstante, el dramaturgo mas importante de este periodo fue Justino Zavala Muniz (1898-1968), autor de La cruz de los caminos, En un rincón del Tacuari y Alto alegre. En su obra Fausto Garay abordo el tema histórico de las guerras civiles, pronunciándose por el pacifismo. Como narrador, se destaco por Cronica de Muniz, Cronica de un crimen y Cronica de la reja. El dramaturgo, director y critico Angel Curotto (1902-1990) fue otra de las figuras que, a partir de la década de 1920, proporciono al teatro uruguayo un formidable impulso estrenando mas de noventa títulos.
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